sábado, 15 de octubre de 2016

Apocalipsis.

Cuando tenía 7 años, leí el apocalipsis. 
Lo recuerdo muy bien, en realidad.
Había sol, yo estaba en la hamaca, y usaba un vestido. 
Mi abuela estaba limpiando y vi el altar enfrente de mí.
Cristo me miro con su corazón sangrante mientras tomaba la biblia y la abría.
Todos, en algún momento, me habían dicho que el apocalipsis era un tema prohibido. Que eso no se hablaba en la iglesia, y usualmente nadie tocaba el tema.
Así que, deseosa de saber qué era lo que era tan prohibido, lo leí.
A pesar de que corría un riesgo seguro de enloquecer (palabras de mi madre, que se basaba en todos los que habían sido lo suficientemente valiente para leerlo), no lo hice —creo— y sobreviví. 
Ni siquiera sabia qué creer cuando acabé.
Me había tomado sólo 1 hora arruinar mi pequeño cerebro en desarrollo. 
Me asusté del futuro por primera vez en mi vida. 
Y sólo tenia 7 años. 
Pero, también me tranquilizó de cierta forma. Aún sigo sin saber muy bien porqué. 
No creo que a los 7 años la idea de morir me entusiasmara demasiado. 
A menos que estos pensamientos suicidas adolescentes siempre hubieran estado ahí, escondidos en mi cerebro. El pensarlo me asusta un poco.
Pero también, lo disfruté de cierta manera. Lo había leído, y de alguna manera fue mi primera lectura real, llena de ficción creada por Juan, y bestias de ¿6 o 7 cabezas? Con una mujer con estrellas y arpas y trompetas que venían del cielo, y esa bestia que venia del mar y todos adoraban, simplemente wow. 
No sé si realmente pase eso.
Y tal vez este muerta cuando suceda. 
Pero, según mi religión resucitaré de entre los muertos si he sido buena y disfrutaré del espectáculo desde primera fila, cuando Jesús venga por mí. 
Seré buena, y disfrutaré de mi gloriosa eternidad, como promete al final. 
Amén.

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